1. Introducción
En el anterior artículo
tratamos el origen de las primeras estaciones de penitencia, las
primeras procesiones de Semana Santa, cuya aparición se fija en el
siglo XVI, aunque con precedentes medievales en los movimientos de
disciplinantes, en las Estaciones de la Cuaresma romana y en la
liturgia estacional, presente en la liturgia cristiana desde el siglo
IV.
En
esta segunda parte trataremos la evolución de las primeras
estaciones de penitencia y la popularidad que alcanzó esta práctica
devocional con la fundación de nuevas hermandades penitenciales
entre el siglo XVI y la primera mitad del XVIII y cómo estos cambios
propiciaron una evolución en la realización de las estaciones de
penitencia.
2. Las cofradías penitenciales después del Concilio de Trento (1545-1563)
Debemos abordar
algunas cuestiones sobre la dogmática católica, fijadas en
diferentes sesiones del Concilio, que tuvieron una trascendencia
capital para la consolidación de las hermandades ya existentes y la
fundación de otras nuevas. No es el objetivo de este artículo
profundizar en la trascendencia dogmática de este Concilio, sino
incidir solo en aquellas cuestiones que atañen directamente al tema
tratado1.
Frente a las tesis luteranas que defendían la salvación solamente
por la fe y la incapacidad de salvarse por la obras, en sexta sesión
del Concilio, el 13 de enero de 1547, es promulgado el decreto
dogmático sobre la justificación, en el cual se reconoce la
justificación del hombre por de la gracia santificante, de forma que
a través de ella el hombre coopera en la obra sobrenatural. La
fuerza salvífica reside en la gracia divina, con la que colabora el
hombre libremente, a pesar de haber sido dañado por el pecado
original. Una de las formas que permitía al hombre alcanzar la
salvación era precisamente la mortificación, la penitencia, el
ayuno...
En la decimocuarta
sesión, el 25 de noviembre de 1551, es promulgada la doctrina sobre
el sacramento de la penitencia. En ella, aparte de las cuestiones
propias del sacramento, declara en el capítulo VIII: “Deben, pues,
los sacerdotes del Señor, en cuanto su espíritu y prudencia se lo
sugiera, según la calidad de las culpas y la posibilidad de las
penitencias, imponer convenientes y saludables penitencias”. Con
estas líneas el Concilio aprobaba la disciplina física como medio
de santificación, quedando superadas de esta forma todas las
reticencias que desde finales de la Edad Media suscitó en ciertos
sectores la disciplina física.
En la sesión vigésimo
tercera, después de hablar sobre la ordenación eclesiástica, trata
un tema importante para el que nos ocupa: la intervención del obispo
sobre las congregaciones de laicos y la obligatoriedad de éstas de
rendir cuentas anualmente.
Finalmente, en la
vigésimo quinta sesión, la última (3 y 4 de diciembre de 1563),
se trató el tema de la veneración a los santos, a las reliquias y a
las imágenes. Esta proclamación no hizo más que renovar la
definición dogmática del Concilio de Nicea II (787), de forma que
reafirma lo que se venía haciendo hasta entonces, y promueve la
presencia de “pasos” en las procesiones, de manera que se crean
secuencias narrativas de los principales momentos de la Pasión,
especialmente aquellos de varias figuras que plantean escenas.
En principio, toda la
dogmática proclamada en Trento venía a reforzar a las cofradías;
no obstante, la realidad era mucho más compleja, puesto que una de
las principales intenciones del Concilio era acercar a los fieles a
la práctica de los Sacramentos. Es evidente que todo ello facilitó
el asentamiento de las cofradías; sin embargo, los ordinarios
tuvieron que reconducir a la ortodoxia, con mucha mano izquierda,
ciertos abusos que parecían arraigados con fuerza entre las
corporaciones penitenciales.
Seción del Concilio de Trento, Tiziano |
2.1. Nuevas cofradías
Desde la aparición de
las primeras hermandades de penitencia (bajo la advocación de la
Vera Cruz), en las primeras décadas del siglo XVI empezaron a
aparecer nuevas hermandades bajo diferentes advocaciones de misterios
de la Pasión (de la Pasión, de la Oración de la Oración en el
Huerto, de la Coronación de Espinas...) o alusivos a la Virgen
Dolorosa (de la Soledad, de las Angustias, del Traspaso, de la
Transfixión...). La proclamación dogmática del Concilio de Trento
asentó las ya existentes y favoreció la fundación de otras nuevas.
Podemos hacer una
clasificación de las hermandades que se fundan a lo largo de los
siglos XVI y XVII. En primer lugar estarían las de disciplina, como
la Vera Cruz, y las que, a imitación de ésta, se fundan
posteriormente. Dentro de las nuevas fundaciones podemos decir que
hay dos nuevos tipos de hermandades: las creadas bajo la advocación
del Santo Entierro o de la Soledad y las de “nazarenos”. Las
primeras realizan su procesión en la tarde o noche del Viernes
Santo2
y, aunque en muchos casos contemplan también la disciplina, ésta
pierde peso en favor de las imágenes, que cobran especial
protagonismo en el acto del “Desenclavo”, que suele preceder a la
procesión y en la procesión misma, que adquiere en toda su plenitud
el concepto de cortejo fúnebre. Las de “nazarenos” realizan su
procesión en la madrugada o la mañana del Viernes Santo y están
integradas por “nazarenos”: cofrades vestidos con túnica
generalmente morada, con soga al cuello y portando una cruz al hombro
a imitación de la imagen titular de la Cofradía, una imagen de
Jesús con la cruz camino del Calvario. Los “nazarenos” son una
alternativa penitencial mucho más liviana que la ejercida por los
“hermanos de sangre”.
Vía Crucis del Paso Morado, Lorca. La mañana del Viernes Santo el cortejo de "nazarenos" sube al calvario rezando el Vía Crucis. Foto: https://www.laverdad.es |
Acto del "Desenclavo", El mudo Neyra, 1722. Convento de Santa María Magdalena de Agustina. Medina del Campo. |
Este nuevo tipo de
cofradías celebra procesiones que, en principio, suelen tomar como
modelo el estacional de las medievales; sin embargo, su naturaleza,
en consonancia con el concilio tridentino, las orienta por otros
derroteros. Las cofradías Nazarenas, que efectúan su salida en la
Mañana del Viernes Santo, en principio suelen mantener la estación
ante el Monumento, ya que solían tener lugar antes de los oficios
del Viernes (que hasta la reforma de 1956 se celebraban por la
mañana). Sin embargo, las del Santo Entierro o la Soledad, que
tienen lugar la tarde del Viernes Santo, no contemplan la visita al
Monumento, puesto que éste ya se encuentra vacío, aunque no
obstante pueden mantener la estación ante el Sagrario.
Las cofradías de la
Vera Cruz y todas aquellas fundadas con similar planteamiento
estacional, otorgan absoluto protagonismo al ejercicio de la
disciplina durante el recorrido de las estaciones. La imaginería de
estos primeros cortejos era muy sencilla: uno o varios crucificados
llevados por una persona (generalmente sacerdote). A mediados del
siglo XVI empiezan a aparecer los primeros pasos que sirven de
soporte material a las meditaciones de la Pasión. Con ellos cambia
el concepto procesional, introduciendo la necesidad de “alumbrar”
los pasos, y no alumbrar y ayudar a los disciplinantes.
La Vera Cruz enfatiza en
el misterio redentor de Cristo en la Cruz, un planteamiento un tanto
abstracto y de corto desarrollo a la hora de realizar pasos más allá
de la imagen de Cristo Crucificado. Si analizamos el programa
iconográfico de las cofradías de la Vera Cruz del siglo XVI y XVII
observamos que, después de la imagen del Crucificado, aparecen pasos
relacionados con los principales momentos de la Pasión, que vienen a
ser representados en los cinco misterios dolorosos del Rosario:
Oración en el Huerto, Flagelación, Coronación de Espinas, Jesús
con la Cruz a cuestas y Muerte de Jesús en la Cruz. Este programa
iconográfico se fue desarrollado, según las posibilidades de cada
hermandad, en Castilla y en algunas partes de Andalucía.
Sin embargo, las del
Santo Entierro y las de “nazarenos” entran de lleno en el
planteamiento tridentino de desfile procesional, orientando sus
procesiones a momentos concretos de la Pasión, que ya se asocian a
itinerarios piadosos fundamentados en la historia sagrada: el Camino
de la Amargura (no es casual que en muchos lugares las procesiones de
las cofradías nazarenas se llamen “del Camino del Calvario”) de
los “nazarenos” y el traslado de Cristo al Sepulcro en las del
Santo Entierro/Soledad. Es por ello que muchas procesiones
“nazarenas” realizan un recorrido procesional cuya meta es un
cerro o un calvario a las afueras de la población, y cuyo recorrido
recrea los padecimientos de Cristo en la Vía Dolorosa que culminó
en el monte Calvario, situado a las afueras de la ciudad.
La finalidad pedagógica
de la imagen religiosa cobra especial relieve en ciertas
representaciones dramáticas de carácter sacro estrechamente
vinculadas a las corporaciones nazarenas y del Santo Entierro, las
cuales tenían lugar antes, durante o al final del recorrido
procesional. Las de cofradías nazarenas suelen representar el
encuentro de Jesús Nazareno camino del Calvario con su Madre, San
Juan, la Verónica y a veces la Magdalena. Este acto, guiado por un
sacerdote, suele concluir en muchas localidades andaluzas con la
bendición de la imagen del Nazareno a los fieles gracias a una serie
artilugios mecánicos que mueven el brazo articulado del simulacro.
El “Desenclavo” es la representación propia de las Cofradías
del Santo Entierro, acto consistente en el descendimiento de un
Cristo Crucificado articulado que seguidamente es introducido en un
Santo Sepulcro y llevado en procesión. Estas procesiones vienen a
rememorar el traslado del Cuerpo de Cristo del Calvario al Sepulcro,
y pueden estar integradas por otros pasos de la pasión,
especialmente de la muerte de Cristo.
Bendición del Nazareno de Tobarra. |
2.2. Intervención de
la jerarquía eclesiástica en las cofradías
Los movimientos de
disciplinantes, origen de las cofradías de penitencia, despertaron
ciertos recelos desde sus inicios, cuando no la oposición directa de
la autoridad eclesiástica (recordemos que el famoso Viva vocis
oraculo de Pablo III -1536-, venía a reforzar las dudas que
surgieron en la Hermandad de la Vera Cruz de Toledo sobre el uso de
la disciplina). Desde el principio se trató de regular el uso de la
disciplina a través de normativas para evitar que estos grupos
cayeran en prácticas abusivas y desvirtuadas. Pero no fue hasta el
siglo XVI cuando empiezan a aparecer las primeras reglas aprobadas
por la autoridad eclesiástica. De esta forma los antiguamente grupos
espontáneos de disciplinantes quedan sujetos a la autoridad
eclesiástica y sus actividades regladas conforme a unas ordenanzas.
Se inicia aquí una
tensa relación entre las hermandades y la autoridad eclesiástica,
entre las primeras, que defienden su autonomía y la segunda, que
trata de conducir por la ortodoxia el devenir de las hermandades,
siendo muy crítica con los abusos y corruptelas.
2.3. La “cofradía
barroca”: los “pasos” y los personajes alegóricos
Coincidiendo con este
impulso fundacional de finales del XVI que se prolonga hasta las
primeras décadas del siglo XVII, empieza a apreciarse un cambio
conceptual de las cofradías. Este cambio dio lugar a lo que se ha
venido en llamar “cofradía barroca”3,
en contraposición a la medieval. Se empieza a prestar atención al
aspecto exterior, de imágenes, enseres e incluso de los cofrades.
Este nuevo modelo de cofradía aparece en el siglo XVII, y llega a su
momento culmen en la primera mitad del siglo XVIII. Las estaciones
penitenciales se convierten en celebraciones orientadas a mover a
devoción al fiel y al arrepentimiento de los pecados a través de
los recursos sensoriales de los cortejos procesionales. Es una nueva
retórica que interpela directamente al intelecto del que contempla
la cofradía por medio de los pasos, personajes alegóricos,
insignias y la propia puesta en escena de las procesiones, que
convierte las calles de las ciudades y pueblos en efímeros templos.
Los primitivos pasos,
que ya habían aparecido en la primera mitad del siglo XVI, ganan en
monumentalidad y fastuosidad. Es en este momento cuando los antiguos
y sencillos pasos de papelón son sustituidos por otros grandes y
fastuosos, tallados por los mejores escultores del momento. Los
antiguos pasos de imaginería ligera, generalmente de papelón u
otros materiales livianos, son sustituidos por la madera, mucho más
perdurable y monumental4.
Así mismo, los cortejos procesionales ganan en vistosidad y en
contenido simbólico y alegórico, pues en ellos se incluyen
insignias, de ricos materiales o personajes alegóricos bíblicos,
niños vestidos de ángeles portando los instrumentos de la pasión,
u hombres vestidos de soldados en recuerdo de los romanos que
condujeron a Cristo hasta el Calvario, aportando a los cortejos un
aire mucho más marcial. De este modo, los disciplinantes dejan de
ser el elemento básico de las estaciones penitenciales y se
convierten en un colectivo humano (importante y muy numeroso)
integrante en un cortejo mucho más complejo que el de la procesión
medieval.
El rigor y la exigencia
de los “hermanos de sangre” empieza a decaer en el siglo XVII. En
algunos casos este relajamiento llegó a límites que rozaban lo
obsceno5
cayendo la disciplina pública en cierto descrédito. Todo ello
propició la progresiva desaparición de los disciplinantes en las
procesiones hasta que en 1680 son prohibidos por orden de Carlos II.
Sin embargo, esta medida no hizo desaparecer definitivamente la
disciplina pública, aflorando especialmente en momentos de crisis,
aunque ya percibida como un arcaismo6.
Su definitiva desaparición acaeció en 1777 por Real Orden de Carlos
III.
Disciplinantes de San Vicente de Sonsierra (La Rioja). Única localidad española donde se sigue realizando la disciplina. |
La supresión de la
disciplina de los cortejos procesionales, en algunos casos, puede
entenderse como la sustitución de la procesión medieval por la
cofradía barroca. Esto puede verse claramente en la fundación de la
Procesión del Santo Entierro del Viernes Santo para la Cofradía de
la Vera Cruz de Auñón (Guadalajara) en 1666 por el franciscano Fray
Miguel de Yela. La hermandad, desde su fundación, realizaba, como
todas las de la Vera Cruz, su estación penitencial la noche del
Jueves Santo, siendo ésta procesión una nueva. En la memoria de
fundación, el fraile franciscano prohíbe la presencia de
disciplinantes “porque es descomponerla y desbaratarla” y
sustituye a los tradicionales “hermanos de luz” y “hermanos de
sangre” por “soldadesca” y niños vestidos de ángeles portando
las arma Christi 7.
Esta prohibición se limitaba a la procesión del Viernes: la
Cofradía seguía realizando su estación al estilo “medieval” el
Jueves Santo. Es llamativo cómo una misma cofradía realizó,
durante al menos un siglo, dos procesiones conceptualmente
diferentes: el Jueves Santo la tradicional procesión penitencial con
disciplina y el Viernes Santo la procesión barroca del Entierro de
Cristo. No es éste un caso aislado: la Hermandad del Sagrado
Entierro de Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora de las Tres
Necesidades (actual hermandad del Santo Entierro) de Granada fue
fundada en 1616, aprobándose el 16 de abril sus primeras reglas. En
sus constituciones se contempla el ejercicio de disciplina en su
anual estación del Viernes Santo. Sin embargo, dos días después de
su aprobación la hermandad acuerda, quizás recomendados por la
autoridad eclesiástica, suprimir la disciplina, pues “en el
Entierro de Ntro. Sr. Jesucristo no es cossa que salga sangre, sino
en la forma y manera de procesión que aquí hordenamos se guarde y
execute para agora y para siempre...”8.
La disciplina es sustituida por un cortejo de figuras alegóricas
del Antiguo y Nuevo Testamento. Estos desfiles alegóricos tienen
también gran predicamento en la Corona de Aragón, siendo una de sus
más características representaciones la cofradía de la Buena
Muerte de Barcelona, en cuyo desfile los hermanos portaban calaveras,
ataúdes, guadañas ... una vanitas barroca itinerante.
Las tribus de Israel, en la procesión del Santo Entierro de Zaragoza, organizada por la Hermadad de la Preciosísima Sangre. |
Moisés, Isaías y otras representaciones de personajes bíblicos. Baena (Córdoba) |
En la procesión barroca
el entorno urbano juega un papel trascendente a través de la
cristianización del entorno urbano a modo de una Nueva Jerusalén o
Christianópolis9.
Son posiblemente las reformas llevadas a cabo en el casco urbano de
Valladolid tras el devastador incendio de 1561 que afectó al
entorno de la Plaza Mayor, las que más en cuenta tuvieron la
finalidad procesional en el trazado “a cordel” de sus calles.
Destaca por su monumentalidad la calle Platerías, cuyo telón de
fondo es la fachada de la iglesia Penitencial de la Vera Cruz. Esta
calle, y otras colindantes, diseñadas con soportales y balcones,
fueron el marco perfecto para el transcurrir de las diferentes
cofradías, cuya meta estacional era la Catedral, no muy lejos del
entorno de la Plaza Mayor. No es casual que cuatro de las cinco
iglesias penitenciales radicaran en este sector de la ciudad.
Calle Platería, Valladolid. Al fondo, como telón, la fachada de la iglesia penitencial de la cofradía de la Vera Cruz. |
3. Nuevas formas de itinerario procesional
La jerarquía
eclesiástica trató de suprimir o reorientar ciertos abusos y
desviaciones que empezaban a aparecer en el transcurso de las
estaciones penitenciales. La abundancia de cortejos que transcurrían
al unísono por el casco urbano de las ciudades causó en no pocas
ocasiones la confluencia de dos cortejos que dirimían la preferencia
de paso a “ciriazos”. Por otro lado, la disciplina física, cada
vez más relajada y adulterada, causaba escenas de cierta inquietud
entre los fieles que contemplaban los cortejos. Aunque en las últimas
décadas del XVI ya se ven signos que evidencian toda esta
problemática, es especialmente en el siglo XVII cuando los obispos,
a través de los sínodos diocesanos, empiezan a regular las
estaciones penitenciales. Las medidas fueron en ocasiones drásticas,
como la llevada a cabo por el polémico prelado don Pedro de Castro y
Quiñones (Roa, 1534 - Sevilla, 1623). En 1597, siendo arzobispo de
Granada, decretó la suspensión de todas las hermandades
penitenciales, salvándose la Vera Cruz, las Angustias y la Soledad10,
las de mayor antigüedad y que observaban mayor decoro. Años
después, en 1623, siendo ya arzobispo de Sevilla, decretó la
reducción de hermandades penitenciales de la capital hispalense
(había una veintena) a través de la fusión forzosa entre ellas. La
finalidad de estas fusiones forzosas era reducir los cortejos
procesionales. Esta decisión no tuvo buenos resultados, pues las
corporaciones fusionadas acabaron por separarse en la gran mayoría
de los casos. Como podemos ver este eclesiástico no era un gran
defensor de las hermandades de disciplina y fue tajante en sus
decisiones, sin conseguir solucionar los problemas y mucho menos
apaciguar los ánimos11.
En un principio las autoridades eclesiásticas, y posteriormente las
civiles, no habían sido tan drásticas. Sin embargo, esta
contundencia será común con el devenir de los siglos, especialmente
en el XVIII, tanto por la autoridad religiosa como por la civil.
La línea general de
actuación de los prelados hispánicos se orienta, en principio, por
otros derroteros mucho más conciliadores cuyo objetivo era encauzar
la disciplina por el camino de la ortodoxia. Sin lugar a dudas una de
las medidas más comunes fue la obligatoriedad de hacer estación en
el Monumento del templo mayor o en la catedral, de forma que se
establecía un cierto orden en el “caos procesional” que se venía
dando en algunas ciudades españolas durante el Jueves y Viernes
Santo. Con ello se garantizaba la estación y humillación de todos
los hermanos ante el Santísimo Sacramento, evitando en la medida de
lo posible escándalos, problemas de itinerario y las estaciones por
los extrarradios en cruces, humilladeros y ermitas, lugares donde la
vigilancia era mucho más precaria. Al pasar por la catedral las
autoridades eclesiásticas fiscalizaban la cofradía e intentaban
corregir los abusos que durante el transcurso podían cometerse. Esta
potenciación de las cofradías por las naves catedralicias supuso
además una alternativa plástica a los dramas sacros que desde la
Edad Media venían celebrándose en las catedrales durante las
principales festividades. Los “pasos” escultóricos vinieron a
suplir las mediavales dramatizaciones de la Pasión, y vienen a
representar la nueva forma de devoción y piedad acorde con las
exigencias emanadas de Trento12.
Con estas medidas de control y vigilancia, debemos señalar también
que se garantizaba una correcta estación penitencial antes el
Santísimo. No debemos olvidar que una de las principales propuestas
del concilio tridentino era acercar a los fieles a la práctica
Sacramental, especialmente la devoción y adoración al Santísimo.
Paso de la "Borriquita" de Valladolid. Realizado en "papelon" a mediados del siglo XVI. |
Son conocidas, por su
trascendencia, las normas del Sínodo Diocesano de Sevilla
convocado por el Cardenal Arzobispo Niño de Guevara en 1604. En
ellas se pretende corregir la situación de desorden de las
procesiones penitenciales, que habían llegado a espectáculos
bochornosos y poco edificantes resueltos en algunas ocasiones a
“ciriazos”. Por ello, el Arzobispo ordena que todas las cofradías
acudan a realizar estación en la Catedral y abandonen sus antiguos
itinerarios estacionales por las iglesias de su entorno. De este modo
se obligaba a ordenar los recorridos y evitar peligrosos encuentros
entre cofradías. Se establece también la organización previa de
los recorridos en el llamado “Cabildo de toma de Horas” celebrado
en la catedral y al que asiste el Cabildo de la Seo y los Hermanos
Mayores de las hermandades para fijar horarios y recorridos.
Curiosamente, la obligatoriedad de esta norma, que además suprimía
la nocturnidad de los cortejos, excluye a la Vera Cruz “con
quien no es nuestra intención se haga novedad alguna, por tener
bulas y privilegios apostólicos, señalada la hora a que ha de
salir”13,
lo cual da a entender que siguió saliendo durante muchos año a las
diez de la noche del Jueves Santo y recorriendo las diferentes
estaciones que marcaban las reglas de 1538. La instauración de esta
norma generó la actualmente conocida como “Carrera Oficial”,
conjunto de calles por las que transitan todas las Cofradías que se
dirigen a la Catedral. En la misma exhortación intenta solucionar
los problemas y escándalos causados por los cofrades durante las
estaciones pidiendo que “vayan en ellas con mucha devoción,
silencio y compostura, de suerte que en el hábito y progreso
exterior se eche de ver el dolor interno y arrepentimiento de sus
pecados, que han menester, y no pierdan por alguna vanidad o
demostracion exterior el premio eterno que por ello se les dará”14.
En esta línea deben interpretarse los gestos de humillación,
adoración y arrepentimiento que algunas cofradías sevillanas hacían
al pasar por la catedral soltando las colas de las túnicas y
arrastrándolas por el suelo.
Cofradía del "Silencio" de Sevilla haciendo Estación ante el Monumento de la Catedral. |
Ya expusimos en el
artículo anterior el itinerario que seguía la Archicofradía de la
Sangre de Málaga en su anual estación penitencial durante el
siglo XVI, en la que se hacían cinco estaciones en diferentes
iglesias y conventos. En el XVII es la Estación en la Catedral la
que se configura como acto definidor de las hermandades
penitenciales. En esta época se establece la costumbre de comprobar
la asistencia de los hermanos a la entrada del templo mayor, en la
puerta de las Cadenas, por parte de un mayordomo y escribano
público15.
Así mismo, se conoce gracias a la documentación la forma de
transitar las hermandades en el siglo XVIII por el interior de la
catedral, de manera diferente según fuera Miércoles, Jueves,
Viernes de madrugada o Viernes Santo por la noche16.
En Murcia también
se instauró la costumbre de realizar estación en la catedral. El
año que Francisco Salzillo realizó el paso de la Santa Cena (1761),
la Cofradía de Jesús Nazareno pidió permiso al Cabildo de la
Catedral que por su magnitud se le concediera el permiso para acceder
al templo por la puerta principal “en atención a la obligación
que todas las procesiones de Semana Santa tienen de pasar por dentro
de esta Santa Iglesia Catedral”. A esta solicitud el Cabildo se
mostró favorable y acordó abrirla solo para este paso, sin que
sirviera de ejemplo a otros17.
La finalidad estacional de las cofradías murcianas en el templo
matriz estaba tan arraigada que algún autor ha señalado la
importancia artística que tuvo el imafronte barroco de la catedral
como revulsivo para actualizar estéticamente las hermandades
penitenciales. En 1752 la Preciosísima Sangre encarga un nuevo trono
procesional para el Cristo titular de la corporación y la de Jesús
inicia los encargos de los prodigiosos pasos de la Pasión de
Francisco Salzillo18.
El paso obligado de las
Cofradías por la Catedral se impone en algunos casos sin alterar el
recorrido que tradicionalmente realizaban las cofradías. La Vera
Cruz de Zamora fija en sus ordenanzas de 1545 la realización
de tres estaciones en las iglesias de San Juan de Puertanueva, en la
Magdalena y en San Ildefonso. La Cofradía alternaba cada año su
salida desde el Convento de San Francisco y desde el de Santo
Domingo19.
En el siglo XVII el cabildo pide que la comitiva alargue su recorrido
para hacer estación ante el Monumento de la Catedral. La corporación
aceptó a cambio de una cantidad establecida de hachas de cera (cuya
donación se mantuvo hasta el siglo XIX). Finalmente, será a partir
de 1836, con la supresión de los conventos desde donde efectuaba su
salida, cuando establezca como única meta estacional la Catedral,
saliendo desde su capilla situada en la iglesia de San Juan de
Puertanueva. La evolución del recorrido estacional de la Cofradía
de Jesús Nazareno (Vulgo Congregación) de esta misma ciudad resulta
más interesante. Fundada en torno a 1610 en la parroquia de San
Vicente, salía desde este templo hacia extramuros por la puerta de
Santa Clara, y desde allí se dirigía al desaparecido monasterio de
San Benito, donde se adoraba la Cruz de Carne (posiblemente hacían
esta estación para ganarse las indulgencias concedidas). Desde allí
se dirigía a la ermita y Cruz del Calvario (las hoy conocidas como
Tres Cruces) haciendo las estaciones del vía Crucis que marcaban el
camino hasta la dicha ermita. Una vez llegaban allí iniciaban el
camino de vuelta hacia San Vicente20.
La mayor parte del recorrido se realizaba por el campo, por caminos
entre fincas de cereal y viñedos. Debía ser un acto duro
físicamente, pues los hermanos iban descalzos, con poca ropa y
cargando una cruz. Unos años después, traslada su sede a la iglesia
de San Juan de Puertanueva, modificando radicalmente su recorrido
estacional, que se limitará al área intramuros y en dirección a la
Catedral, donde hacía estación ante el Monumento. Cabe la duda si
realizaba otras estaciones en iglesias aledañas21.
Las razones de esta modificación son conocidas y no parecen
responder a una recomendación o imposición por parte de la
jerarquía eclesiástica, sino a la vejez y los achaques de los
componentes de la congregación, que ya no podían aguantar la dureza
de la antigua estación penitencial, la cual había ya causado
“quiebras de salud y muertes”22.
Esta congregación nazarena, que no gozaba de buena salud a pesar
de sus pocos años de vida, acabó por desaparecer en torno 1630.
Años después, en 1651 se funda otra nueva a imitación de la
desaparecida (pero sin vinculación con aquélla) a instancias del
notario apostólico de la ciudad Claudio Gómez. En sus reglas
contemplaba la realización de una procesión penitencial hasta la
ermita de la Cruz del Calvario, como inicialmente realizó la
desaparecida congregación nazarena, motivo por el cual, movidos a
devoción, habían entrado muchos cofrades. Pero durante la Semana
Santa de 1652 vienen los problemas: cuando iban a realizar su primera
salida, el Cabildo de la Catedral obliga a que esta nueva
congregación, a la cual considera una refundación de la antigua,
cumpla con las obligaciones contraídas por la anterior, haciendo
estación a la Catedral. Sin posibilidad de apelar, la Cofradía
dirigió la comitiva primero a la Catedral para después encaminarse
a la ermita y Cruz del Calvario, en el otro extremo de la ciudad, a
unos dos kilómetros de distancia. Finalmente, después de litigios
entre ambas partes, el juez metropolitano de la provincia de Santiago
de Compostela, a la cual pertenecía Zamora, dictaminó que los
nazarenos debían ir a la catedral y luego continuar sus estaciones
camino de la ermita del Calvario. Así estuvo la hermandad todo el
siglo XVII y parte del XVIII, hasta que, en 1767, el Cabildo accede a
las peticiones de la hermandad y son liberados de esta
responsabilidad23.
Las Tres Cruces, Zamora |
En los casos expuestos
de Zamora, se ve la intención por parte del Cabildo de la Catedral
de que ambas cofradías hicieran estación ante el Monumento, para lo
cual incluso pagaban en cera a las corporaciones que así lo
realizaran (la Vera Cruz y la Cofradía de Jesús Nazareno). Sin
embargo, la actitud enconada del Cabildo en el segundo caso responde
más a una defensa de sus derechos corporativos que a la mera
recomendación pastoral.
Todos estos ejemplos
expuestos, distantes geográficamente, vienen a poner de manifiesto
lo que fue una tendencia habitual en la España del momento.
Podríamos seguir enumerando ciudades en las que las cofradías
hacían estación en la catedral, únicamente o compartida con otros
templos, pero por no abundar en explicar más ejemplos haremos reseña
de las ciudades donde así ocurría: Córdoba, Jaén, Granada,
Cuenca, o Valladolid.
En el siglo XVII se
observa una tendencia a reducir los recorridos. Las causas pueden ser
varias: la inclusión de pasos en el cortejo; la avanzada edad de los
integrantes; las reticencias de algunos hermanos de sangre por no
poder cumplir sus exigencias; quizás hubiera también otro tipo de
motivos, como la pérdida del sentido penitencial o el afán de
lucimiento. La Vera Cruz de Sigüenza recortó en un siglo el
recorrido de su antigua procesión de disciplina hasta alcanzar una
configuración similar a la actual. Recordemos que sus primeras
reglas fijaban una procesión que salía de la parroquia de la
Catedral, viniendo a durar cerca de dos horas, y realizaba cinco
estaciones en iglesias y ermitas de la ciudad (la primera y la última
ante el Monumento de la Catedral), un duro ejercicio que con el paso
de los años debió ser difícil mantener. En las ordenanzas de 1658
y 1726 se fijan nuevos recorridos en los que se puede apreciar el
progresivo acortamiento del cortejo que, “con la bariacion de
los tiempos” y “muchas nobedades” se suprimen las
estaciones y los recorridos fuera del casco urbano por una procesión
que partiendo de parroquia de la Catedral se dirige al Humilladero,
donde son depositados los pasos hasta el año siguiente24.
No podemos olvidar un
foco de atracción que tuvo importancia capital para el desarrollo de
las procesiones durante la Edad Moderna: la Corte. Desde el
establecimiento de la misma en Madrid a mediados del siglo
XVI, las cofradías de Semana Santa contaron con un gran apoyo
institucional, tanto por parte de la familia real y la nobleza (que
ocupaba los puestos principales) como de los gremios, cuya asociación
y responsabilidad dentro de las cofradías les garantizaba la
obtención de las gracias espirituales a éstas concedidas. El ocaso
de las procesiones penitenciales de Madrid vino cuando la familia
real dejó de prestar este apoyo y los gremios desaparecieron. El
Alcázar y el Monasterio de las Descalzas Reales eran los dos
epicentros estacionales principales de las procesiones. Es por ello
que a estas estaciones penitenciales se les viene comúnmente
llamando “procesiones de Corte”25.
La disposición de los pasos y su itinerario corría a cargo del
maestro mayor de obras del rey y de la Sala de Alcaldes. Las
diferentes cofradías salían de sus respectivas iglesias y se
dirigían al Alcázar. Al llegar allí los pasos eran parados y
contemplados por la Familia Real. Posteriormente dirigían sus pasos
al convento de las Descalzas Reales, en cuya iglesia eran
introducidos los pasos para ser contemplados por las religiosas. Las
“Procesiones de Corte” se mantuvieron en vigor hasta la
proclamación de la Segunda República en 1931. En muchas fotografías
de los años veinte del siglo pasado puede verse a la Familia Real
contemplando desde el balcón principal la procesión mientras ésta
transcurre por el patio de armas. Bajo el balcón se levantaba un
altar efímero en el que los integrantes del cortejo hacían
estación. Otras ciudades, como Valladolid o Sevilla,
que acogieron durante varios años la Corte, vieron también
modificados los recorridos de sus cofradías para poder ser vistas
por la Corte.
Procesión del Viernes Santo de Madrid transitando por el Patio de Armas del Palacio Real. En el balcón la Familia Real, a la derecha, junto a una garita, un altar portátil. Foto: https://pasionpormadrid.blogspot.com.es |
4. Conclusión
Con la implantación de
las directrices del Concilio de Trento y la religiosidad barroca, el
sentido penitencial y estacional de las procesiones es
progresivamente sustituido por el de cortejo funerario, a modo de
entierro. Se produce un cambio en la mentalidad: los disciplinantes
pierden protagonismo frente a los pasos o hermanos vestidos de
personajes bíblicos, convirtiendo las calle en un gran templo donde
se conmueve al espectador. Con ello adquieren también un carácter
pedagogía doctrinal, pues recrean las escenas más señaladas de la
Pasión del Señor.
Las circunstancias y las
características del nuevo modelo de “cofradía barroca”,
propiciaron una modificación en el itinerario y sentido de los
recorridos procesionales con respecto a las cofradías penitenciales
medievales. La pérdida del rigor en los cortejos obligó a las
autoridades eclesiásticas a tomar medidas que garantizasen el
correcto discurrir de los cofrades, obligando en la mayoría de los
casos a que dirigieran sus pasos hacia la catedral o la iglesia mayor
de la población,.
La consolidación de la
cofradía barroca fue poco a poco despojándose del sentido
estacional de las procesiones penitenciales medievales, en las que se
realizaban varias visitas a iglesias, ermitas, cruces o calvarios. La
inclusión de grandes y suntuosos pasos, insignias y personajes
alegóricos densificaron las procesiones, obligando a acortar y a
realentizar los cortejos, aunque no el tiempo empleado. La finalidad
básica no era ya tanto “andar las estaciones”, como realizar la
procesión en sí, como acto devocional pleno de sentido, a modo de
cortejo fúnebre.
Estas dos fórmulas
procesionales (medieval y barroca) fueron compatibles durante un
tiempo, hasta que finalmente la cofradía barroca acabó con los
elementos y las prácticas propias de la cofradía medieval.
La única pervivencia de
los desfiles medievales fue la Estación de Penitencia (allí donde
se siguió realizando), mientras que los disciplinantes y la vivencia
física de los fieles de los tormentos más duros de la pasión
fueron sustituidos por otras prácticas penitenciales más livianas.
El abandono de las
Estaciones por parte de las cofradías, fue en cierta forma
suplantado por una nueva práctica que empieza a cobrar especial
importancia a partir del siglo XVIII, y en algunas zonas ya en el
siglo XVII: el rezo del Vía Crucis, cuyo origen se encuentra en la
misma raíz de las procesiones de Semana Santa: la recreación de
itinerarios piadosos basados en los Santos Lugares.
La visita individual a
los Monumentos la tarde y noche del Jueves Santo y la mañana del
Viernes Santo se antepuso, en muchos lugares, a la celebración de
las procesiones. Por ello, en muchas localidades, las jornadas del
Viernes Santo, o incluso del Miércoles Santo, pasaron a convertirse
en momentos propicios para la celebración de procesiones, dejando
libre el tiempo en que el Santísimo se encuentra reservado en el
Monumento, jornada que precisamente dio origen a las estaciones de
penitencia.
Si bien la visita de las
cofradías al Monumento catedralicio o de la iglesia mayor de la
localidad se perdió por completo, salvo en la ciudad de Sevilla, en
muchas localidades, como Zamora y Cuenca, pervive la costumbre de
hacer una parada de descanso junto a la Catedral, sucedáneo de las
antiguas Estaciones.
A.R.S.
NOTAS
1-
Todas las cuestiones tratadas en torno a la dogmática del Concilio
de Trento en SÁNCHEZ HERRERO, José: La Semana Santa de Sevilla,
Sevilla, 2003, pp. 126-129.
2-
Sobre las características de las cofradías penitenciales
medievales y las de “Nazarenos” y “Santo Entierro” Cfr.
SÁNCHEZ HERRERO, José y otros: “Los cuatro
tipos diferentes de cofradías de Semana Santa desde su fundación
hasta la crisis de finales del siglo XVIII en Andalucía Bética y
Castilla”, Primer Congreso
Nacional de cofradías de Semana Santa.
Zamora, 1987, pp. 259-304.
3-SÁNCHEZ
HERRERO, José: “Las Cofradías de Semana Santa de Sevilla durante
la modernidad. Siglos XV al XVIII”, Las cofradías de Sevilla
en la modernidad (3ª edición), Sevilla, 1999, p. 95.
4-
A principios del siglo XVII las hermandades penitenciales
vallisoletanas empiezan a sustituir los primitivos pasos de papelón
por los de madera policromada. El paso en madera policromada más
antiguo que se conserva en la capital pucelana es el de la Elevación
de la Cruz de la Hermandad penitencial de Pasión, datado en 1604.
5-
Son inumerables los hechos que podemos contar al respecto de abusos
cometidos por los cofrades, especialmente por los disciplinantes.
6-
GUEVARA PÉREZ, Enrique; RIVERA VÁZQUEZ, Mariano: Historia de la
Semana Santa de Madrid, Madrid, 2004, p. 77.
7-
CÓZAR DEL AMO, Juan Manuel del; GARCÍA
LÓPEZ, Aurelio: “Institución y organización de una procesión
de Semana Santa por don fray Miguel de Yela Rebollo para los
cofrades de la Vera Cruz de Auñón en 1666”, Cuadernos
de etnología de Guadalajara, 25
(1993), pp-383-387.
8-
PADIAL BAILÓN, Antonio: “Hermandad del Sagrado Entierro de Ntro.
Señor Jesucristo y Nuestra Señora de las Tres Necesidades”, La
Granada eterna (18 de octubre de 2013),
http://apaibailon.blogspot.com/2013/10/hermandad-del-sagrado-entierro-de-ntro.html
(última visita 11-10-2018).
9-
Cfr. OROZCO PARDO, J.L.: Christianópolis: urbanismo y
Contrarreforma en la Granada del Seiscientos, Granada, 1985.
10-
PADIAL BAILÓN, Antonio: “Venerable Hermandad del Santo Cristo
Crucificado con el título de la Sangre, Santa Cruz, Nuestra Señora
de la Encarnación y Benditas Ánimas del Purgatorio”, La
Granada eterna (8 de marzo de 2013),
http://apaibailon.blogspot.com/2013/02/venerable-hermandad-del-santo-cristo.html
(última visita 07-10-2018).
11-
Relata el Abad Gordillo sobre el arzobispo Castro: “ni memoria
de una sola cuita ni de otras que dejó en la ciudad, sino infinitos
pleitos. Permitió Dios que aburrido de sí mismo, en el fin de sus
días, tuviese tan terrible enfado, que el 11 de diciembre de 1623
renunció al Arzobispado”. Citado en ROLDÁN, Manuel Jesús:
“Reducir cofradías: una mirada al pasado”, ABC (7 de
marzo de 2010). Recuperado en: https://sevilla.abc.es/
12-
Estas cuestiones aparecen expuestas en FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, José
Alberto: “Historia y problemática de la Estación de Penitencia
en la Catedral de Murcia”, en Cabildo. Semana Santa en Murcia,
Murcia, 2015, pp. 73-78.
13-
SÁNCHEZ HERRERO, José: “Las cofradías de Semana Santa de
Sevilla...” Op. Cit., p. 94.
14-
Constituciones del arzobispado de Sevilla hechas i Ordenadas por
el Ilustrísimo y Reverendisimo Señor Don Fernando Niño de Guevara
Cardenal i Arzobispo de la S. Iglesia de Sevilla en el Sínodo que
celebro en Su Catedral año d 1604; y mandadas imprimir por el Deán
y Cabildo, Canónigos in sacris, Sede vacante, Cap. XXIII,
Sevilla, 1609. Citado en SÁNCHEZ HERRERO, José: “Las cofradías
de Semana Santa de Sevilla durante la modernidad. Siglos XV a XVII”,
Las cofradías de Sevilla en la modernidad (3ª edición),
Sevilla, 1999, p. 93.
15-
PÉREZ DEL CAMPO, Lorenzo: “III. La Hermandad en la calle: La
Estación de Penitencia”, en Semana Santa en Málaga III. La
Semana Santa malagueña a través de su historia, Málaga, 1988,
p. 109.
16-
SÁNCHEZ LÓPEZ, Juan Antonio: Statio Urbis. Rito, ceremonia y
estaciones de penitencia en la Catedral de Málaga, Málaga,
2012.
17-
TORRE FONTES, Juan: “Historia y presente”, Nazarenos. Real y
Muy Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, 5
(2002), p. 91.
18-
FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, Juan Alberto: Estética y Retórica de la
Semana Santa Murciana: El Periodo de la Restauración como
fundamento de las Procesiones Contemporáneas, Murcia, 2014,
pp. 349-350
19-
JARAMILLO GUERREIRA, Miguel Ángel; CASQUERO FERNÁNDEZ, José
Andrés: La Cofradía de la Santa Vera Cruz de Zamora. Historia y
Patrimonio artístico, Zamora, 2009, p. 63.
20-
CASQUERO FERNÁNDEZ, José Andrés: “La Cofradía de Jesús
Nazareno “Vulgo Congregación” de Zamora: origen y fundación.”,
en Actas del primer congreso nacional de Cofradías de Semana
Santa. Zamora 5-8 de febrero de 1987, Zamora, 1988, pp. 243-258
21-
Ibídem, p. 244.
22-
Ibídem, p. 245.
23
- Ibídem, p. 248.
24-
ORTEGO GIL, Pedro: Historia de la Cofradía de la Vera Cruz de
Sigüenza. Guadalajara, 2009, p. 184.
25-
GUEVARA PÉREZ, Enrique y RIVERA VÁZQUEZ, Mariano: Op. Cit.
, pp. 69-71.