2/27/19

LAS ESTACIONES PENITENCIALES. 2ª PARTE: LA COFRADÍA BARROCA (SIGLOS XVII y XVIII)





1. Introducción


            En el anterior artículo tratamos el origen de las primeras estaciones de penitencia, las primeras procesiones de Semana Santa, cuya aparición se fija en el siglo XVI, aunque con precedentes medievales en los movimientos de disciplinantes, en las Estaciones de la Cuaresma romana y en la liturgia estacional, presente en la liturgia cristiana desde el siglo IV.

En esta segunda parte trataremos la evolución de las primeras estaciones de penitencia y la popularidad que alcanzó esta práctica devocional con la fundación de nuevas hermandades penitenciales entre el siglo XVI y la primera mitad del XVIII y cómo estos cambios propiciaron una evolución en la realización de las estaciones de penitencia.

2. Las cofradías penitenciales después del Concilio de Trento (1545-1563)


          Debemos abordar algunas cuestiones sobre la dogmática católica, fijadas en diferentes sesiones del Concilio, que tuvieron una trascendencia capital para la consolidación de las hermandades ya existentes y la fundación de otras nuevas. No es el objetivo de este artículo profundizar en la trascendencia dogmática de este Concilio, sino incidir solo en aquellas cuestiones que atañen directamente al tema tratado1. Frente a las tesis luteranas que defendían la salvación solamente por la fe y la incapacidad de salvarse por la obras, en sexta sesión del Concilio, el 13 de enero de 1547, es promulgado el decreto dogmático sobre la justificación, en el cual se reconoce la justificación del hombre por de la gracia santificante, de forma que a través de ella el hombre coopera en la obra sobrenatural. La fuerza salvífica reside en la gracia divina, con la que colabora el hombre libremente, a pesar de haber sido dañado por el pecado original. Una de las formas que permitía al hombre alcanzar la salvación era precisamente la mortificación, la penitencia, el ayuno...

        En la decimocuarta sesión, el 25 de noviembre de 1551, es promulgada la doctrina sobre el sacramento de la penitencia. En ella, aparte de las cuestiones propias del sacramento, declara en el capítulo VIII: “Deben, pues, los sacerdotes del Señor, en cuanto su espíritu y prudencia se lo sugiera, según la calidad de las culpas y la posibilidad de las penitencias, imponer convenientes y saludables penitencias”. Con estas líneas el Concilio aprobaba la disciplina física como medio de santificación, quedando superadas de esta forma todas las reticencias que desde finales de la Edad Media suscitó en ciertos sectores la disciplina física.

          En la sesión vigésimo tercera, después de hablar sobre la ordenación eclesiástica, trata un tema importante para el que nos ocupa: la intervención del obispo sobre las congregaciones de laicos y la obligatoriedad de éstas de rendir cuentas anualmente.

         Finalmente, en la vigésimo quinta sesión, la última (3 y 4 de diciembre de 1563), se trató el tema de la veneración a los santos, a las reliquias y a las imágenes. Esta proclamación no hizo más que renovar la definición dogmática del Concilio de Nicea II (787), de forma que reafirma lo que se venía haciendo hasta entonces, y promueve la presencia de “pasos” en las procesiones, de manera que se crean secuencias narrativas de los principales momentos de la Pasión, especialmente aquellos de varias figuras que plantean escenas.

      En principio, toda la dogmática proclamada en Trento venía a reforzar a las cofradías; no obstante, la realidad era mucho más compleja, puesto que una de las principales intenciones del Concilio era acercar a los fieles a la práctica de los Sacramentos. Es evidente que todo ello facilitó el asentamiento de las cofradías; sin embargo, los ordinarios tuvieron que reconducir a la ortodoxia, con mucha mano izquierda, ciertos abusos que parecían arraigados con fuerza entre las corporaciones penitenciales.

Seción del Concilio de Trento, Tiziano


2.1. Nuevas cofradías


       Desde la aparición de las primeras hermandades de penitencia (bajo la advocación de la Vera Cruz), en las primeras décadas del siglo XVI empezaron a aparecer nuevas hermandades bajo diferentes advocaciones de misterios de la Pasión (de la Pasión, de la Oración de la Oración en el Huerto, de la Coronación de Espinas...) o alusivos a la Virgen Dolorosa (de la Soledad, de las Angustias, del Traspaso, de la Transfixión...). La proclamación dogmática del Concilio de Trento asentó las ya existentes y favoreció la fundación de otras nuevas.

         Podemos hacer una clasificación de las hermandades que se fundan a lo largo de los siglos XVI y XVII. En primer lugar estarían las de disciplina, como la Vera Cruz, y las que, a imitación de ésta, se fundan posteriormente. Dentro de las nuevas fundaciones podemos decir que hay dos nuevos tipos de hermandades: las creadas bajo la advocación del Santo Entierro o de la Soledad y las de “nazarenos”. Las primeras realizan su procesión en la tarde o noche del Viernes Santo2 y, aunque en muchos casos contemplan también la disciplina, ésta pierde peso en favor de las imágenes, que cobran especial protagonismo en el acto del “Desenclavo”, que suele preceder a la procesión y en la procesión misma, que adquiere en toda su plenitud el concepto de cortejo fúnebre. Las de “nazarenos” realizan su procesión en la madrugada o la mañana del Viernes Santo y están integradas por “nazarenos”: cofrades vestidos con túnica generalmente morada, con soga al cuello y portando una cruz al hombro a imitación de la imagen titular de la Cofradía, una imagen de Jesús con la cruz camino del Calvario. Los “nazarenos” son una alternativa penitencial mucho más liviana que la ejercida por los “hermanos de sangre”.

Vía Crucis del Paso Morado, Lorca. La mañana del Viernes Santo el cortejo de "nazarenos" sube al calvario rezando el Vía Crucis. Foto: https://www.laverdad.es


Acto del "Desenclavo", El mudo Neyra, 1722. Convento de Santa María Magdalena de Agustina. Medina del Campo. 

        Este nuevo tipo de cofradías celebra procesiones que, en principio, suelen tomar como modelo el estacional de las medievales; sin embargo, su naturaleza, en consonancia con el concilio tridentino, las orienta por otros derroteros. Las cofradías Nazarenas, que efectúan su salida en la Mañana del Viernes Santo, en principio suelen mantener la estación ante el Monumento, ya que solían tener lugar antes de los oficios del Viernes (que hasta la reforma de 1956 se celebraban por la mañana). Sin embargo, las del Santo Entierro o la Soledad, que tienen lugar la tarde del Viernes Santo, no contemplan la visita al Monumento, puesto que éste ya se encuentra vacío, aunque no obstante pueden mantener la estación ante el Sagrario.

      Las cofradías de la Vera Cruz y todas aquellas fundadas con similar planteamiento estacional, otorgan absoluto protagonismo al ejercicio de la disciplina durante el recorrido de las estaciones. La imaginería de estos primeros cortejos era muy sencilla: uno o varios crucificados llevados por una persona (generalmente sacerdote). A mediados del siglo XVI empiezan a aparecer los primeros pasos que sirven de soporte material a las meditaciones de la Pasión. Con ellos cambia el concepto procesional, introduciendo la necesidad de “alumbrar” los pasos, y no alumbrar y ayudar a los disciplinantes.

       La Vera Cruz enfatiza en el misterio redentor de Cristo en la Cruz, un planteamiento un tanto abstracto y de corto desarrollo a la hora de realizar pasos más allá de la imagen de Cristo Crucificado. Si analizamos el programa iconográfico de las cofradías de la Vera Cruz del siglo XVI y XVII observamos que, después de la imagen del Crucificado, aparecen pasos relacionados con los principales momentos de la Pasión, que vienen a ser representados en los cinco misterios dolorosos del Rosario: Oración en el Huerto, Flagelación, Coronación de Espinas, Jesús con la Cruz a cuestas y Muerte de Jesús en la Cruz. Este programa iconográfico se fue desarrollado, según las posibilidades de cada hermandad, en Castilla y en algunas partes de Andalucía.

        Sin embargo, las del Santo Entierro y las de “nazarenos” entran de lleno en el planteamiento tridentino de desfile procesional, orientando sus procesiones a momentos concretos de la Pasión, que ya se asocian a itinerarios piadosos fundamentados en la historia sagrada: el Camino de la Amargura (no es casual que en muchos lugares las procesiones de las cofradías nazarenas se llamen “del Camino del Calvario”) de los “nazarenos” y el traslado de Cristo al Sepulcro en las del Santo Entierro/Soledad. Es por ello que muchas procesiones “nazarenas” realizan un recorrido procesional cuya meta es un cerro o un calvario a las afueras de la población, y cuyo recorrido recrea los padecimientos de Cristo en la Vía Dolorosa que culminó en el monte Calvario, situado a las afueras de la ciudad.

        La finalidad pedagógica de la imagen religiosa cobra especial relieve en ciertas representaciones dramáticas de carácter sacro estrechamente vinculadas a las corporaciones nazarenas y del Santo Entierro, las cuales tenían lugar antes, durante o al final del recorrido procesional. Las de cofradías nazarenas suelen representar el encuentro de Jesús Nazareno camino del Calvario con su Madre, San Juan, la Verónica y a veces la Magdalena. Este acto, guiado por un sacerdote, suele concluir en muchas localidades andaluzas con la bendición de la imagen del Nazareno a los fieles gracias a una serie artilugios mecánicos que mueven el brazo articulado del simulacro. El “Desenclavo” es la representación propia de las Cofradías del Santo Entierro, acto consistente en el descendimiento de un Cristo Crucificado articulado que seguidamente es introducido en un Santo Sepulcro y llevado en procesión. Estas procesiones vienen a rememorar el traslado del Cuerpo de Cristo del Calvario al Sepulcro, y pueden estar integradas por otros pasos de la pasión, especialmente de la muerte de Cristo.

Bendición del Nazareno de Tobarra.


2.2. Intervención de la jerarquía eclesiástica en las cofradías

       Los movimientos de disciplinantes, origen de las cofradías de penitencia, despertaron ciertos recelos desde sus inicios, cuando no la oposición directa de la autoridad eclesiástica (recordemos que el famoso Viva vocis oraculo de Pablo III -1536-, venía a reforzar las dudas que surgieron en la Hermandad de la Vera Cruz de Toledo sobre el uso de la disciplina). Desde el principio se trató de regular el uso de la disciplina a través de normativas para evitar que estos grupos cayeran en prácticas abusivas y desvirtuadas. Pero no fue hasta el siglo XVI cuando empiezan a aparecer las primeras reglas aprobadas por la autoridad eclesiástica. De esta forma los antiguamente grupos espontáneos de disciplinantes quedan sujetos a la autoridad eclesiástica y sus actividades regladas conforme a unas ordenanzas.

    Se inicia aquí una tensa relación entre las hermandades y la autoridad eclesiástica, entre las primeras, que defienden su autonomía y la segunda, que trata de conducir por la ortodoxia el devenir de las hermandades, siendo muy crítica con los abusos y corruptelas.

2.3. La “cofradía barroca”: los “pasos” y los personajes alegóricos

       Coincidiendo con este impulso fundacional de finales del XVI que se prolonga hasta las primeras décadas del siglo XVII, empieza a apreciarse un cambio conceptual de las cofradías. Este cambio dio lugar a lo que se ha venido en llamar “cofradía barroca”3, en contraposición a la medieval. Se empieza a prestar atención al aspecto exterior, de imágenes, enseres e incluso de los cofrades. Este nuevo modelo de cofradía aparece en el siglo XVII, y llega a su momento culmen en la primera mitad del siglo XVIII. Las estaciones penitenciales se convierten en celebraciones orientadas a mover a devoción al fiel y al arrepentimiento de los pecados a través de los recursos sensoriales de los cortejos procesionales. Es una nueva retórica que interpela directamente al intelecto del que contempla la cofradía por medio de los pasos, personajes alegóricos, insignias y la propia puesta en escena de las procesiones, que convierte las calles de las ciudades y pueblos en efímeros templos.

Los primitivos pasos, que ya habían aparecido en la primera mitad del siglo XVI, ganan en monumentalidad y fastuosidad. Es en este momento cuando los antiguos y sencillos pasos de papelón son sustituidos por otros grandes y fastuosos, tallados por los mejores escultores del momento. Los antiguos pasos de imaginería ligera, generalmente de papelón u otros materiales livianos, son sustituidos por la madera, mucho más perdurable y monumental4. Así mismo, los cortejos procesionales ganan en vistosidad y en contenido simbólico y alegórico, pues en ellos se incluyen insignias, de ricos materiales o personajes alegóricos bíblicos, niños vestidos de ángeles portando los instrumentos de la pasión, u hombres vestidos de soldados en recuerdo de los romanos que condujeron a Cristo hasta el Calvario, aportando a los cortejos un aire mucho más marcial. De este modo, los disciplinantes dejan de ser el elemento básico de las estaciones penitenciales y se convierten en un colectivo humano (importante y muy numeroso) integrante en un cortejo mucho más complejo que el de la procesión medieval.

       El rigor y la exigencia de los “hermanos de sangre” empieza a decaer en el siglo XVII. En algunos casos este relajamiento llegó a límites que rozaban lo obsceno5 cayendo la disciplina pública en cierto descrédito. Todo ello propició la progresiva desaparición de los disciplinantes en las procesiones hasta que en 1680 son prohibidos por orden de Carlos II. Sin embargo, esta medida no hizo desaparecer definitivamente la disciplina pública, aflorando especialmente en momentos de crisis, aunque ya percibida como un arcaismo6. Su definitiva desaparición acaeció en 1777 por Real Orden de Carlos III.

Disciplinantes de San Vicente de Sonsierra (La Rioja). Única localidad española donde se sigue realizando la disciplina. 


       La supresión de la disciplina de los cortejos procesionales, en algunos casos, puede entenderse como la sustitución de la procesión medieval por la cofradía barroca. Esto puede verse claramente en la fundación de la Procesión del Santo Entierro del Viernes Santo para la Cofradía de la Vera Cruz de Auñón (Guadalajara) en 1666 por el franciscano Fray Miguel de Yela. La hermandad, desde su fundación, realizaba, como todas las de la Vera Cruz, su estación penitencial la noche del Jueves Santo, siendo ésta procesión una nueva. En la memoria de fundación, el fraile franciscano prohíbe la presencia de disciplinantes “porque es descomponerla y desbaratarla” y sustituye a los tradicionales “hermanos de luz” y “hermanos de sangre” por “soldadesca” y niños vestidos de ángeles portando las arma Christi 7. Esta prohibición se limitaba a la procesión del Viernes: la Cofradía seguía realizando su estación al estilo “medieval” el Jueves Santo. Es llamativo cómo una misma cofradía realizó, durante al menos un siglo, dos procesiones conceptualmente diferentes: el Jueves Santo la tradicional procesión penitencial con disciplina y el Viernes Santo la procesión barroca del Entierro de Cristo. No es éste un caso aislado: la Hermandad del Sagrado Entierro de Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora de las Tres Necesidades (actual hermandad del Santo Entierro) de Granada fue fundada en 1616, aprobándose el 16 de abril sus primeras reglas. En sus constituciones se contempla el ejercicio de disciplina en su anual estación del Viernes Santo. Sin embargo, dos días después de su aprobación la hermandad acuerda, quizás recomendados por la autoridad eclesiástica, suprimir la disciplina, pues “en el Entierro de Ntro. Sr. Jesucristo no es cossa que salga sangre, sino en la forma y manera de procesión que aquí hordenamos se guarde y execute para agora y para siempre...”8. La disciplina es sustituida por un cortejo de figuras alegóricas del Antiguo y Nuevo Testamento. Estos desfiles alegóricos tienen también gran predicamento en la Corona de Aragón, siendo una de sus más características representaciones la cofradía de la Buena Muerte de Barcelona, en cuyo desfile los hermanos portaban calaveras, ataúdes, guadañas ... una vanitas barroca itinerante.

Las tribus de Israel, en la procesión del Santo Entierro de Zaragoza, organizada por la Hermadad de la Preciosísima Sangre.
Moisés, Isaías y otras representaciones de personajes bíblicos. Baena (Córdoba)


     En la procesión barroca el entorno urbano juega un papel trascendente a través de la cristianización del entorno urbano a modo de una Nueva Jerusalén o Christianópolis9. Son posiblemente las reformas llevadas a cabo en el casco urbano de Valladolid tras el devastador incendio de 1561 que afectó al entorno de la Plaza Mayor, las que más en cuenta tuvieron la finalidad procesional en el trazado “a cordel” de sus calles. Destaca por su monumentalidad la calle Platerías, cuyo telón de fondo es la fachada de la iglesia Penitencial de la Vera Cruz. Esta calle, y otras colindantes, diseñadas con soportales y balcones, fueron el marco perfecto para el transcurrir de las diferentes cofradías, cuya meta estacional era la Catedral, no muy lejos del entorno de la Plaza Mayor. No es casual que cuatro de las cinco iglesias penitenciales radicaran en este sector de la ciudad.

Calle Platería, Valladolid. Al fondo, como telón, la fachada de la iglesia penitencial de la cofradía de la Vera Cruz.

3. Nuevas formas de itinerario procesional


       La jerarquía eclesiástica trató de suprimir o reorientar ciertos abusos y desviaciones que empezaban a aparecer en el transcurso de las estaciones penitenciales. La abundancia de cortejos que transcurrían al unísono por el casco urbano de las ciudades causó en no pocas ocasiones la confluencia de dos cortejos que dirimían la preferencia de paso a “ciriazos”. Por otro lado, la disciplina física, cada vez más relajada y adulterada, causaba escenas de cierta inquietud entre los fieles que contemplaban los cortejos. Aunque en las últimas décadas del XVI ya se ven signos que evidencian toda esta problemática, es especialmente en el siglo XVII cuando los obispos, a través de los sínodos diocesanos, empiezan a regular las estaciones penitenciales. Las medidas fueron en ocasiones drásticas, como la llevada a cabo por el polémico prelado don Pedro de Castro y Quiñones (Roa, 1534 - Sevilla, 1623). En 1597, siendo arzobispo de Granada, decretó la suspensión de todas las hermandades penitenciales, salvándose la Vera Cruz, las Angustias y la Soledad10, las de mayor antigüedad y que observaban mayor decoro. Años después, en 1623, siendo ya arzobispo de Sevilla, decretó la reducción de hermandades penitenciales de la capital hispalense (había una veintena) a través de la fusión forzosa entre ellas. La finalidad de estas fusiones forzosas era reducir los cortejos procesionales. Esta decisión no tuvo buenos resultados, pues las corporaciones fusionadas acabaron por separarse en la gran mayoría de los casos. Como podemos ver este eclesiástico no era un gran defensor de las hermandades de disciplina y fue tajante en sus decisiones, sin conseguir solucionar los problemas y mucho menos apaciguar los ánimos11. En un principio las autoridades eclesiásticas, y posteriormente las civiles, no habían sido tan drásticas. Sin embargo, esta contundencia será común con el devenir de los siglos, especialmente en el XVIII, tanto por la autoridad religiosa como por la civil.

       La línea general de actuación de los prelados hispánicos se orienta, en principio, por otros derroteros mucho más conciliadores cuyo objetivo era encauzar la disciplina por el camino de la ortodoxia. Sin lugar a dudas una de las medidas más comunes fue la obligatoriedad de hacer estación en el Monumento del templo mayor o en la catedral, de forma que se establecía un cierto orden en el “caos procesional” que se venía dando en algunas ciudades españolas durante el Jueves y Viernes Santo. Con ello se garantizaba la estación y humillación de todos los hermanos ante el Santísimo Sacramento, evitando en la medida de lo posible escándalos, problemas de itinerario y las estaciones por los extrarradios en cruces, humilladeros y ermitas, lugares donde la vigilancia era mucho más precaria. Al pasar por la catedral las autoridades eclesiásticas fiscalizaban la cofradía e intentaban corregir los abusos que durante el transcurso podían cometerse. Esta potenciación de las cofradías por las naves catedralicias supuso además una alternativa plástica a los dramas sacros que desde la Edad Media venían celebrándose en las catedrales durante las principales festividades. Los “pasos” escultóricos vinieron a suplir las mediavales dramatizaciones de la Pasión, y vienen a representar la nueva forma de devoción y piedad acorde con las exigencias emanadas de Trento12. Con estas medidas de control y vigilancia, debemos señalar también que se garantizaba una correcta estación penitencial antes el Santísimo. No debemos olvidar que una de las principales propuestas del concilio tridentino era acercar a los fieles a la práctica Sacramental, especialmente la devoción y adoración al Santísimo.

Paso de la "Borriquita" de Valladolid. Realizado en "papelon" a mediados del siglo XVI.


        Son conocidas, por su trascendencia, las normas del Sínodo Diocesano de Sevilla convocado por el Cardenal Arzobispo Niño de Guevara en 1604. En ellas se pretende corregir la situación de desorden de las procesiones penitenciales, que habían llegado a espectáculos bochornosos y poco edificantes resueltos en algunas ocasiones a “ciriazos”. Por ello, el Arzobispo ordena que todas las cofradías acudan a realizar estación en la Catedral y abandonen sus antiguos itinerarios estacionales por las iglesias de su entorno. De este modo se obligaba a ordenar los recorridos y evitar peligrosos encuentros entre cofradías. Se establece también la organización previa de los recorridos en el llamado “Cabildo de toma de Horas” celebrado en la catedral y al que asiste el Cabildo de la Seo y los Hermanos Mayores de las hermandades para fijar horarios y recorridos. Curiosamente, la obligatoriedad de esta norma, que además suprimía la nocturnidad de los cortejos, excluye a la Vera Cruz “con quien no es nuestra intención se haga novedad alguna, por tener bulas y privilegios apostólicos, señalada la hora a que ha de salir”13, lo cual da a entender que siguió saliendo durante muchos año a las diez de la noche del Jueves Santo y recorriendo las diferentes estaciones que marcaban las reglas de 1538. La instauración de esta norma generó la actualmente conocida como “Carrera Oficial”, conjunto de calles por las que transitan todas las Cofradías que se dirigen a la Catedral. En la misma exhortación intenta solucionar los problemas y escándalos causados por los cofrades durante las estaciones pidiendo que “vayan en ellas con mucha devoción, silencio y compostura, de suerte que en el hábito y progreso exterior se eche de ver el dolor interno y arrepentimiento de sus pecados, que han menester, y no pierdan por alguna vanidad o demostracion exterior el premio eterno que por ello se les dará”14. En esta línea deben interpretarse los gestos de humillación, adoración y arrepentimiento que algunas cofradías sevillanas hacían al pasar por la catedral soltando las colas de las túnicas y arrastrándolas por el suelo.

Cofradía del "Silencio" de Sevilla haciendo Estación ante el Monumento de la Catedral.


         Ya expusimos en el artículo anterior el itinerario que seguía la Archicofradía de la Sangre de Málaga en su anual estación penitencial durante el siglo XVI, en la que se hacían cinco estaciones en diferentes iglesias y conventos. En el XVII es la Estación en la Catedral la que se configura como acto definidor de las hermandades penitenciales. En esta época se establece la costumbre de comprobar la asistencia de los hermanos a la entrada del templo mayor, en la puerta de las Cadenas, por parte de un mayordomo y escribano público15. Así mismo, se conoce gracias a la documentación la forma de transitar las hermandades en el siglo XVIII por el interior de la catedral, de manera diferente según fuera Miércoles, Jueves, Viernes de madrugada o Viernes Santo por la noche16.

       En Murcia también se instauró la costumbre de realizar estación en la catedral. El año que Francisco Salzillo realizó el paso de la Santa Cena (1761), la Cofradía de Jesús Nazareno pidió permiso al Cabildo de la Catedral que por su magnitud se le concediera el permiso para acceder al templo por la puerta principal “en atención a la obligación que todas las procesiones de Semana Santa tienen de pasar por dentro de esta Santa Iglesia Catedral”. A esta solicitud el Cabildo se mostró favorable y acordó abrirla solo para este paso, sin que sirviera de ejemplo a otros17. La finalidad estacional de las cofradías murcianas en el templo matriz estaba tan arraigada que algún autor ha señalado la importancia artística que tuvo el imafronte barroco de la catedral como revulsivo para actualizar estéticamente las hermandades penitenciales. En 1752 la Preciosísima Sangre encarga un nuevo trono procesional para el Cristo titular de la corporación y la de Jesús inicia los encargos de los prodigiosos pasos de la Pasión de Francisco Salzillo18.

        El paso obligado de las Cofradías por la Catedral se impone en algunos casos sin alterar el recorrido que tradicionalmente realizaban las cofradías. La Vera Cruz de Zamora fija en sus ordenanzas de 1545 la realización de tres estaciones en las iglesias de San Juan de Puertanueva, en la Magdalena y en San Ildefonso. La Cofradía alternaba cada año su salida desde el Convento de San Francisco y desde el de Santo Domingo19. En el siglo XVII el cabildo pide que la comitiva alargue su recorrido para hacer estación ante el Monumento de la Catedral. La corporación aceptó a cambio de una cantidad establecida de hachas de cera (cuya donación se mantuvo hasta el siglo XIX). Finalmente, será a partir de 1836, con la supresión de los conventos desde donde efectuaba su salida, cuando establezca como única meta estacional la Catedral, saliendo desde su capilla situada en la iglesia de San Juan de Puertanueva. La evolución del recorrido estacional de la Cofradía de Jesús Nazareno (Vulgo Congregación) de esta misma ciudad resulta más interesante. Fundada en torno a 1610 en la parroquia de San Vicente, salía desde este templo hacia extramuros por la puerta de Santa Clara, y desde allí se dirigía al desaparecido monasterio de San Benito, donde se adoraba la Cruz de Carne (posiblemente hacían esta estación para ganarse las indulgencias concedidas). Desde allí se dirigía a la ermita y Cruz del Calvario (las hoy conocidas como Tres Cruces) haciendo las estaciones del vía Crucis que marcaban el camino hasta la dicha ermita. Una vez llegaban allí iniciaban el camino de vuelta hacia San Vicente20. La mayor parte del recorrido se realizaba por el campo, por caminos entre fincas de cereal y viñedos. Debía ser un acto duro físicamente, pues los hermanos iban descalzos, con poca ropa y cargando una cruz. Unos años después, traslada su sede a la iglesia de San Juan de Puertanueva, modificando radicalmente su recorrido estacional, que se limitará al área intramuros y en dirección a la Catedral, donde hacía estación ante el Monumento. Cabe la duda si realizaba otras estaciones en iglesias aledañas21. Las razones de esta modificación son conocidas y no parecen responder a una recomendación o imposición por parte de la jerarquía eclesiástica, sino a la vejez y los achaques de los componentes de la congregación, que ya no podían aguantar la dureza de la antigua estación penitencial, la cual había ya causado “quiebras de salud y muertes”22. Esta congregación nazarena, que no gozaba de buena salud a pesar de sus pocos años de vida, acabó por desaparecer en torno 1630. Años después, en 1651 se funda otra nueva a imitación de la desaparecida (pero sin vinculación con aquélla) a instancias del notario apostólico de la ciudad Claudio Gómez. En sus reglas contemplaba la realización de una procesión penitencial hasta la ermita de la Cruz del Calvario, como inicialmente realizó la desaparecida congregación nazarena, motivo por el cual, movidos a devoción, habían entrado muchos cofrades. Pero durante la Semana Santa de 1652 vienen los problemas: cuando iban a realizar su primera salida, el Cabildo de la Catedral obliga a que esta nueva congregación, a la cual considera una refundación de la antigua, cumpla con las obligaciones contraídas por la anterior, haciendo estación a la Catedral. Sin posibilidad de apelar, la Cofradía dirigió la comitiva primero a la Catedral para después encaminarse a la ermita y Cruz del Calvario, en el otro extremo de la ciudad, a unos dos kilómetros de distancia. Finalmente, después de litigios entre ambas partes, el juez metropolitano de la provincia de Santiago de Compostela, a la cual pertenecía Zamora, dictaminó que los nazarenos debían ir a la catedral y luego continuar sus estaciones camino de la ermita del Calvario. Así estuvo la hermandad todo el siglo XVII y parte del XVIII, hasta que, en 1767, el Cabildo accede a las peticiones de la hermandad y son liberados de esta responsabilidad23.

Las Tres Cruces, Zamora

       En los casos expuestos de Zamora, se ve la intención por parte del Cabildo de la Catedral de que ambas cofradías hicieran estación ante el Monumento, para lo cual incluso pagaban en cera a las corporaciones que así lo realizaran (la Vera Cruz y la Cofradía de Jesús Nazareno). Sin embargo, la actitud enconada del Cabildo en el segundo caso responde más a una defensa de sus derechos corporativos que a la mera recomendación pastoral.

       Todos estos ejemplos expuestos, distantes geográficamente, vienen a poner de manifiesto lo que fue una tendencia habitual en la España del momento. Podríamos seguir enumerando ciudades en las que las cofradías hacían estación en la catedral, únicamente o compartida con otros templos, pero por no abundar en explicar más ejemplos haremos reseña de las ciudades donde así ocurría: Córdoba, Jaén, Granada, Cuenca, o Valladolid.

        En el siglo XVII se observa una tendencia a reducir los recorridos. Las causas pueden ser varias: la inclusión de pasos en el cortejo; la avanzada edad de los integrantes; las reticencias de algunos hermanos de sangre por no poder cumplir sus exigencias; quizás hubiera también otro tipo de motivos, como la pérdida del sentido penitencial o el afán de lucimiento. La Vera Cruz de Sigüenza recortó en un siglo el recorrido de su antigua procesión de disciplina hasta alcanzar una configuración similar a la actual. Recordemos que sus primeras reglas fijaban una procesión que salía de la parroquia de la Catedral, viniendo a durar cerca de dos horas, y realizaba cinco estaciones en iglesias y ermitas de la ciudad (la primera y la última ante el Monumento de la Catedral), un duro ejercicio que con el paso de los años debió ser difícil mantener. En las ordenanzas de 1658 y 1726 se fijan nuevos recorridos en los que se puede apreciar el progresivo acortamiento del cortejo que, “con la bariacion de los tiempos” y “muchas nobedades” se suprimen las estaciones y los recorridos fuera del casco urbano por una procesión que partiendo de parroquia de la Catedral se dirige al Humilladero, donde son depositados los pasos hasta el año siguiente24.

       No podemos olvidar un foco de atracción que tuvo importancia capital para el desarrollo de las procesiones durante la Edad Moderna: la Corte. Desde el establecimiento de la misma en Madrid a mediados del siglo XVI, las cofradías de Semana Santa contaron con un gran apoyo institucional, tanto por parte de la familia real y la nobleza (que ocupaba los puestos principales) como de los gremios, cuya asociación y responsabilidad dentro de las cofradías les garantizaba la obtención de las gracias espirituales a éstas concedidas. El ocaso de las procesiones penitenciales de Madrid vino cuando la familia real dejó de prestar este apoyo y los gremios desaparecieron. El Alcázar y el Monasterio de las Descalzas Reales eran los dos epicentros estacionales principales de las procesiones. Es por ello que a estas estaciones penitenciales se les viene comúnmente llamando “procesiones de Corte”25. La disposición de los pasos y su itinerario corría a cargo del maestro mayor de obras del rey y de la Sala de Alcaldes. Las diferentes cofradías salían de sus respectivas iglesias y se dirigían al Alcázar. Al llegar allí los pasos eran parados y contemplados por la Familia Real. Posteriormente dirigían sus pasos al convento de las Descalzas Reales, en cuya iglesia eran introducidos los pasos para ser contemplados por las religiosas. Las “Procesiones de Corte” se mantuvieron en vigor hasta la proclamación de la Segunda República en 1931. En muchas fotografías de los años veinte del siglo pasado puede verse a la Familia Real contemplando desde el balcón principal la procesión mientras ésta transcurre por el patio de armas. Bajo el balcón se levantaba un altar efímero en el que los integrantes del cortejo hacían estación. Otras ciudades, como Valladolid o Sevilla, que acogieron durante varios años la Corte, vieron también modificados los recorridos de sus cofradías para poder ser vistas por la Corte.

Procesión del Viernes Santo de Madrid transitando por el Patio de Armas del Palacio Real. En el balcón la Familia Real, a la derecha, junto a una garita, un altar portátil. Foto: https://pasionpormadrid.blogspot.com.es


4. Conclusión


       Con la implantación de las directrices del Concilio de Trento y la religiosidad barroca, el sentido penitencial y estacional de las procesiones es progresivamente sustituido por el de cortejo funerario, a modo de entierro. Se produce un cambio en la mentalidad: los disciplinantes pierden protagonismo frente a los pasos o hermanos vestidos de personajes bíblicos, convirtiendo las calle en un gran templo donde se conmueve al espectador. Con ello adquieren también un carácter pedagogía doctrinal, pues recrean las escenas más señaladas de la Pasión del Señor.

      Las circunstancias y las características del nuevo modelo de “cofradía barroca”, propiciaron una modificación en el itinerario y sentido de los recorridos procesionales con respecto a las cofradías penitenciales medievales. La pérdida del rigor en los cortejos obligó a las autoridades eclesiásticas a tomar medidas que garantizasen el correcto discurrir de los cofrades, obligando en la mayoría de los casos a que dirigieran sus pasos hacia la catedral o la iglesia mayor de la población,.

       La consolidación de la cofradía barroca fue poco a poco despojándose del sentido estacional de las procesiones penitenciales medievales, en las que se realizaban varias visitas a iglesias, ermitas, cruces o calvarios. La inclusión de grandes y suntuosos pasos, insignias y personajes alegóricos densificaron las procesiones, obligando a acortar y a realentizar los cortejos, aunque no el tiempo empleado. La finalidad básica no era ya tanto “andar las estaciones”, como realizar la procesión en sí, como acto devocional pleno de sentido, a modo de cortejo fúnebre.

       Estas dos fórmulas procesionales (medieval y barroca) fueron compatibles durante un tiempo, hasta que finalmente la cofradía barroca acabó con los elementos y las prácticas propias de la cofradía medieval.

       La única pervivencia de los desfiles medievales fue la Estación de Penitencia (allí donde se siguió realizando), mientras que los disciplinantes y la vivencia física de los fieles de los tormentos más duros de la pasión fueron sustituidos por otras prácticas penitenciales más livianas.

       El abandono de las Estaciones por parte de las cofradías, fue en cierta forma suplantado por una nueva práctica que empieza a cobrar especial importancia a partir del siglo XVIII, y en algunas zonas ya en el siglo XVII: el rezo del Vía Crucis, cuyo origen se encuentra en la misma raíz de las procesiones de Semana Santa: la recreación de itinerarios piadosos basados en los Santos Lugares.

       La visita individual a los Monumentos la tarde y noche del Jueves Santo y la mañana del Viernes Santo se antepuso, en muchos lugares, a la celebración de las procesiones. Por ello, en muchas localidades, las jornadas del Viernes Santo, o incluso del Miércoles Santo, pasaron a convertirse en momentos propicios para la celebración de procesiones, dejando libre el tiempo en que el Santísimo se encuentra reservado en el Monumento, jornada que precisamente dio origen a las estaciones de penitencia.

       Si bien la visita de las cofradías al Monumento catedralicio o de la iglesia mayor de la localidad se perdió por completo, salvo en la ciudad de Sevilla, en muchas localidades, como Zamora y Cuenca, pervive la costumbre de hacer una parada de descanso junto a la Catedral, sucedáneo de las antiguas Estaciones.

                  A.R.S.

NOTAS


1- Todas las cuestiones tratadas en torno a la dogmática del Concilio de Trento en SÁNCHEZ HERRERO, José: La Semana Santa de Sevilla, Sevilla, 2003, pp. 126-129.
2- Sobre las características de las cofradías penitenciales medievales y las de “Nazarenos” y “Santo Entierro” Cfr. SÁNCHEZ HERRERO, José y otros: “Los cuatro tipos diferentes de cofradías de Semana Santa desde su fundación hasta la crisis de finales del siglo XVIII en Andalucía Bética y Castilla”, Primer Congreso Nacional de cofradías de Semana Santa. Zamora, 1987, pp. 259-304.
3-SÁNCHEZ HERRERO, José: “Las Cofradías de Semana Santa de Sevilla durante la modernidad. Siglos XV al XVIII”, Las cofradías de Sevilla en la modernidad (3ª edición), Sevilla, 1999, p. 95.
4- A principios del siglo XVII las hermandades penitenciales vallisoletanas empiezan a sustituir los primitivos pasos de papelón por los de madera policromada. El paso en madera policromada más antiguo que se conserva en la capital pucelana es el de la Elevación de la Cruz de la Hermandad penitencial de Pasión, datado en 1604.
5- Son inumerables los hechos que podemos contar al respecto de abusos cometidos por los cofrades, especialmente por los disciplinantes.
6- GUEVARA PÉREZ, Enrique; RIVERA VÁZQUEZ, Mariano: Historia de la Semana Santa de Madrid, Madrid, 2004, p. 77.
7- CÓZAR DEL AMO, Juan Manuel del; GARCÍA LÓPEZ, Aurelio: “Institución y organización de una procesión de Semana Santa por don fray Miguel de Yela Rebollo para los cofrades de la Vera Cruz de Auñón en 1666”, Cuadernos de etnología de Guadalajara, 25 (1993), pp-383-387.
8- PADIAL BAILÓN, Antonio: “Hermandad del Sagrado Entierro de Ntro. Señor Jesucristo y Nuestra Señora de las Tres Necesidades”, La Granada eterna (18 de octubre de 2013), http://apaibailon.blogspot.com/2013/10/hermandad-del-sagrado-entierro-de-ntro.html (última visita 11-10-2018).
9- Cfr. OROZCO PARDO, J.L.: Christianópolis: urbanismo y Contrarreforma en la Granada del Seiscientos, Granada, 1985.
10- PADIAL BAILÓN, Antonio: “Venerable Hermandad del Santo Cristo Crucificado con el título de la Sangre, Santa Cruz, Nuestra Señora de la Encarnación y Benditas Ánimas del Purgatorio”, La Granada eterna (8 de marzo de 2013), http://apaibailon.blogspot.com/2013/02/venerable-hermandad-del-santo-cristo.html (última visita 07-10-2018).
11- Relata el Abad Gordillo sobre el arzobispo Castro: “ni memoria de una sola cuita ni de otras que dejó en la ciudad, sino infinitos pleitos. Permitió Dios que aburrido de sí mismo, en el fin de sus días, tuviese tan terrible enfado, que el 11 de diciembre de 1623 renunció al Arzobispado”. Citado en ROLDÁN, Manuel Jesús: “Reducir cofradías: una mirada al pasado”, ABC (7 de marzo de 2010). Recuperado en: https://sevilla.abc.es/
12- Estas cuestiones aparecen expuestas en FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, José Alberto: “Historia y problemática de la Estación de Penitencia en la Catedral de Murcia”, en Cabildo. Semana Santa en Murcia, Murcia, 2015, pp. 73-78.
13- SÁNCHEZ HERRERO, José: “Las cofradías de Semana Santa de Sevilla...” Op. Cit., p. 94.
14- Constituciones del arzobispado de Sevilla hechas i Ordenadas por el Ilustrísimo y Reverendisimo Señor Don Fernando Niño de Guevara Cardenal i Arzobispo de la S. Iglesia de Sevilla en el Sínodo que celebro en Su Catedral año d 1604; y mandadas imprimir por el Deán y Cabildo, Canónigos in sacris, Sede vacante, Cap. XXIII, Sevilla, 1609. Citado en SÁNCHEZ HERRERO, José: “Las cofradías de Semana Santa de Sevilla durante la modernidad. Siglos XV a XVII”, Las cofradías de Sevilla en la modernidad (3ª edición), Sevilla, 1999, p. 93.
15- PÉREZ DEL CAMPO, Lorenzo: “III. La Hermandad en la calle: La Estación de Penitencia”, en Semana Santa en Málaga III. La Semana Santa malagueña a través de su historia, Málaga, 1988, p. 109.
16- SÁNCHEZ LÓPEZ, Juan Antonio: Statio Urbis. Rito, ceremonia y estaciones de penitencia en la Catedral de Málaga, Málaga, 2012.
17- TORRE FONTES, Juan: “Historia y presente”, Nazarenos. Real y Muy Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, 5 (2002), p. 91.
18- FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, Juan Alberto: Estética y Retórica de la Semana Santa Murciana: El Periodo de la Restauración como fundamento de las Procesiones Contemporáneas, Murcia, 2014, pp. 349-350
19- JARAMILLO GUERREIRA, Miguel Ángel; CASQUERO FERNÁNDEZ, José Andrés: La Cofradía de la Santa Vera Cruz de Zamora. Historia y Patrimonio artístico, Zamora, 2009, p. 63.
20- CASQUERO FERNÁNDEZ, José Andrés: “La Cofradía de Jesús Nazareno “Vulgo Congregación” de Zamora: origen y fundación.”, en Actas del primer congreso nacional de Cofradías de Semana Santa. Zamora 5-8 de febrero de 1987, Zamora, 1988, pp. 243-258
21- Ibídem, p. 244.
22- Ibídem, p. 245.
23 - Ibídem, p. 248.
24- ORTEGO GIL, Pedro: Historia de la Cofradía de la Vera Cruz de Sigüenza. Guadalajara, 2009, p. 184.
25- GUEVARA PÉREZ, Enrique y RIVERA VÁZQUEZ, Mariano: Op. Cit. , pp. 69-71.

No hay comentarios:

Publicar un comentario